Vivir en una isla no es para cualquiera mucho menos el vivir solo en una isla. Tiene que gustarte la soledad, saber saborear de ese disfrute que significa estar contigo mismo porque la soledad te lleva a refugiarte en tu interior, más aún cuando la conectividad y la tecnología no están presentes. Cuando callas el ruido externo se agudiza sin querer el oído y comienzas un viaje sin retorno a descubrirte y re descubrir tu verdadero ser. No creo que exista un prototipo de persona con intereses y gustos etiquetados para enmarcarla en un entorno solitario. Sólo creo que por sobre todo debes tener coraje para conocerte. Porque sí creo que aquellos que le temen a la soledad es porque temen descubrir quienes son en realidad.

La conexión interna te lleva a darle sabores y significados nuevos a lo estandarizado por la sociedad que a mi modo de ver te guía por un camino más que demarcado donde la aventura se torna repetitiva y peligrosa. Por eso amo la oportunidad de experimentar soledad ya que terminas envuelto en vivencias que conllevan a reinterpretar ciertos conceptos.
Recuerdo mi experiencia en la Isla Robinson Crusoe donde me quedaba a solas los fines de semana en el Sector de Punta Isla. Más allá de experimentar tantos momentos de soledad, que creanme, oportunidad que tenía para salir a caminar la aprovechaba porque disfruto del contacto con la naturaleza y lo agreste, se tornó natural buscar mi momento diario a solas dentro de toda la soledad (¡Ja, qué redundante soledad!) En fin, mi momento íntimo lo encontraba en el sector del monumento «La espera desde el muelle», una plataforma con esculturas de yeso que representan a las mujeres que se quedan a la espera de sus esposos que se lanzan a la mar y a los hijos que parten al continente a estudiar. Mi ritual era allegarme a este lugar con mi libro de turno o en su defecto con mis audifonos pero eso sí, no podía estar ausente mi infaltable mate. En este lugar me sentaba con vista al sur principalmente, porque aparte de apreciar la belleza única del islote Santa Clara que me enamoró desde el instante en que lo vi, esta era la dirección exacta donde se encontraba todo lo que amo. Mi familia y amigos en la Patagonia. Aquí es donde le daría nuevo sentido al término «nostalgia» que si bien es cierto refiere a un sentimiento de pena o ausencia terminé aceptando que en realidad esa nostalgia estaba llena de dulzura y alegría. El circuito era completo o más bien se sellaba al estar a solas de este lado de la isla saboreando amargos mientras contemplaba la bella Santa Clara y el infinito sur del mundo.

Es increíble como un sorbo de yerba cálida puede provocar sensaciones varias de felicidad, es como viajar en el espacio tiempo. Sí, el simple sorbo era el interruptor que conectaba mi aparente soledad con todo mi mundo de amor y seguridad. Era el momento de estar en casa, mi momento de recargar energías.

Tiempo después de haber estado en esa mágica isla, terminé dándome cuenta que el monumento «la espera desde el muelle» se convirtió en mi espera personal diaria (mientras estuve en la isla) donde buscaba ese momento para conectar mi pasado con mi presente navegando a mi interior en busca de mi verdadero yo.
Y resulta anecdótico redescubrirme hoy en algún rinconcito de la Patagonia tomando mate y sintiendo esa nostalgia por la isla bonita.
Colaboración para mis amigos de Tierra del Fuego Store ¡Nos vemos entre mates y montañas!